La profecía ha estado en marcha por más de dos mil años ahora. No es una anécdota, es un deseo y un acto necesario, no para llenar expectativas, sino para saciar una sed profunda y colectiva.
El Cristo ya está entre nosotros, camina y se despliega como cualquier persona lo hace. Come, bebe y cumple con sus necesidades fisiológicas humanas. De tal forma, puede llegar a ser muy difícil reconocerlo. No reúne a grandes multitudes aunque puede hacerlo. No ejecuta actos milagrosos enfrente de nadie. Quizá aún no se dio cuenta que es muy capaz de hacerlo, quizá simplemente no le interesa llamar mucho la atención. No, no lo hace porque muy dentro sabe de las decisiones que cada alma ha tomado en su camino de vida, las respeta y nunca subestima el gran poder y las potencialidades que residen dentro de cada persona, de cada hijo del Padre eterno.
Sí, vino hace más de dos mil años, plantó la semilla y enseñó las lecciones apropiadas para que hombres y mujeres rieguen y abonen su siembra, una muy trabajosa y paciente. Es justo ahora que todas esas flores y frutos están floreciendo. Lo han estado haciendo a pesar de las tormentas y de las dificultades. Lo increíble es que esos frutos están bien dentro de los corazones que le han dado espacio y los cuales están comenzando a activarse en toda su magnitud.
¿Acaso aún no notas al Cristo en la mirada de tu hermano y hermana? ¿No lo notas siquiera en la dulce y penetrante mirada de los nuevos niños? ¿No lo notas inclusive en los pasos o en las palabras de un “desconocido”?
¿Y qué hay de ti mismo cuando estás enfrente del espejo? ¿Consigues percibirlo ahí?
Pues, debes darte cuenta de vez que el Cristo está muy presente y en todas partes. Percibirás que hay varios -cada vez son más y más- los que comienzan a activar las flamas de sus Conciencias Crísticas. Sin duda alguna, tú también la cargas en todo su fulgor. Tal vez necesites despojarte de tu propia incredulidad sobre toda la grandeza que te rodea, antes de que aceptes sin dubitaciones que eres la más bella y sagrada criatura sobre la faz de la Tierra. Así, tal como eres.
Eres el Hijo y la Hija de Dios. No temas, acepta tu divina condición con todo Amor y Cariño!
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