Es con tranquilidad y relativo silencio que se accede a las profundidades de un elixir capaz de estremecer toda célula del organismo: Paz. En este estado la presencia de los sentidos se magnifica, el tiempo parece parar y los molestos juicios se disipan. Este estado de plenitud eterna nos hace recuerdo constante de nuestra divina presencia en el mundo, un mundo que muchas veces se nos presenta como queriendo anteponerse a tan ansiado estado de auto-percepción. Por el contrario, es este mismo mundo que también nos coloca enfrente los mecanismos adecuados para que una y otra vez accedamos a las fuentes de aquel elixir permanente que surca en las esferas de lo incognocible.
Es ese mismo mundo el reflejo idóneo de nuestros ruidos internos y también de nuestro más elevado espectro de frecuencia. Está presente para guiarnos en el camino de nuestras búsquedas en los niveles más impensables. Nos muestra el efecto de nuestras propias sombras y, lo más notable, siempre nos acompaña. Este mágico Mundo sabe donde llevarnos para que podamos presenciar lo que de otra manera sería imposible, por las delimitaciones que hombres y mujeres han querido inculcarse en cierto momento.
Es cuando el ego pierde su vigor que varios portales se abren, en especial aquel que tiende un puente hacia lo desconocido... El niño curioso y ávido de conocimiento seguirá el trinar de los pájaros en la distancia, sentirá el aroma de las praderas y verá el arco-iris que lo circunda. Y es aquel niño interior el más sabio, el que es capaz de guiar a los hombres y mujeres por un sendero muchas veces irreconocible por la pérdida del tiempo, de los colores y del mundo, por atribuirse el adulto, una y otra vez, sus interminables "razones", razones que pueden alejarlo de la vida y de sus sabores...
El niño se hizo presente para jugar, para ser. Sólo hacer le quita el foco de su vitalidad, le extirpa el asombro, reduce su plano de visión y lo convierte en un adulto más. Por el ímpetu del "hacer", muchos se intranquilizan, pierden los minutos y las horas, sin haber podido degustar todas las más profundas esencias.
El niño quiere mirar, quiere susurrar, quiere silbar y, sobretodo, mostrarle al adulto el camino hacia ese manantial, rico y eterno, que subyace indistintamente en todos y cada uno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario