No es un acaso que seas el centro de un continente. El símbolo geográfico que cargas debe plasmarse como una marca psíquica y espiritual del gran potencial que en si ERES: una fuerza armónica y conciliadora entre las personalidades o partes que te rodean.
No es un acaso tampoco las intrigas y sinsabores, el descontrol, el desequilibrio, todo ello ha sido el aire propio y ajeno que has inhalado por centurias.
Tu lucha interna ha sido y es por fijarte un ritmo personal, para encontrarte a ti misma, para conservarte íntegra entre tus semejantes, para no desvanecer ante las injurias, las calumnias, las tiranías, las mentiras.
Estás lista para reencontrarte después de años de purgar tus penas, secar las lágrimas y sanar el alma.
Estás aprendiendo a limpiar el corazón, a fortalecerlo con los sanos juicios y los tonos más agradables y elevados.
Eres el centro. Ese centro es el equilibrio, el balance entre las fuerzas extremas, tanto internas como externas.
Tu reequilibrio es el reequilibrio de otros, de esos que esperan con tu ejemplo, aunque hayan quienes te empujen hacia otros pasadizos.
Te has perdido y surcado los caminos de la confusión y la pendencia. Sólo después de hundirse en la ignorancia y la oscuridad, se osa clamar con todas las ganas por la Luz, subir peldaño a peldaño, individual y colectivamente, hacia el destello de la verdadera esencia, una que no condena, una que hace gala de la confianza y del brillo personal, una que es íntegra, honesta y responsable de su divina misión.
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