La esencia del Ser reside en su corazón. Este órgano guarda secretos maravillosos y activa fuerzas gigantes. El centro mental y racional es su aliado. Sin embargo, desconectado del centro cardíaco, el ser entra en desequilibrio y adolece ante la grandilocuencia de sus imágenes y de sus voces mentales. El ímpetu de la mente puede producir efectos perturbadores, pues sin medidas, la mente puede perderse en sí misma y en interludios prolongados.
Es interesante como en nuestros días, los corazones alrededor del mundo están reclamando atención. Las afecciones cardíacas no son un acaso, son símbolos físicos cuyas raíces muchas veces ya se encuentran en niveles profundos del subconsciente. Hablan de pesares y dolores, no simplemente físicos, sino en gran parte emocionales. Quizá no lo parezca a simple vista. Es más fácil evadirse de uno mismo y colocar la responsabilidad a fuentes ajenas y externas, a cuestiones hereditarias y culinarias, o bien, al tan frecuente stress.
Es entonces el stress, el que se muestra como gran amenaza a la salud del corazón, pues el corazón es sensible. El tiempo agitado y el exceso de presión no le permiten los instantes necesarios para apreciar la realidad con sus propios ojos: los de la sensibilidad.
Para muchos, el corazón se ha convertido sólo en una máquina irrigadora del fluido vital al resto del cuerpo y, en especial, al cerebro. Es éste el que debe dar las órdenes y dictar las reglas. No hay que detenerse para nada para cumplir con los plazos, los deberes creados y las necesidades impuestas. En circunstancias tales, puede llegar a ser molesto escuchar los susurros del corazón. Varias veces esos sentimientos llegan a ser inapropiados y fuera de lugar, que la mejor manera de aminorarlos es concentrándose en las voces que salen de la mente. Por veces, esa mente habla mal del corazón. Interpondrá una serie de recuerdos muy bien conjuncionados de su falta de razón y de sus permanentes "errores". Normalmente, es este tipo de ambigüedad comunicacional dentro de uno mismo, el que puede condicionar la semilla de la duda y la desconfianza en los propios actos.
Bien aplicados, mente y corazón son estrategas increíbles, ambos trabajando como una unidad, a la medida de sus verdaderas funciones. Para eso, es necesario escuchar con mucha atención lo que cada uno tiene que decir. No dejar pasar nada por alto. La mente funciona como un codificador y decodificador de informaciones que van de lo más simple a lo más complejo. El corazón es un catalizador de ideales, deseos, intenciónes y de la voluntad, y es sobre todo el filtro que permite la selección vibratoria con aquel tipo de información mental que esté en sintonía con su nivel de sensibilidad. Aquí, el corazón juega un papel trascendental, puesto que es éste el que distribuye el impacto y el valor de la información mental a todo el cuerpo, amplificándolo a su vez con el atributo emocional que lo caracteriza. Es este contexto sentimental y emocional que le da la consistencia adecuada a la información, y mientras mayor profundidad y claridad la información contenga, con mayor veracidad ésta resonara en los estratos de la conciencia y en otros corazones. Así, se da el más alto grado de comunicación, muchas veces sin la intervención de palabras.
A medida que mentes y corazones vayan aprendiendo a restituir su verdadero vínculo comunicacional, las personas irán cada vez más redescubriendo un estado de equilibrio, en donde la confianza entre las partes es mutua, haciéndose ambos órganos capaces de prodigios. Este matiz abre las puertas hacia la sintonía de una nueva conciencia, una que amplía las potencialidades humanas a niveles impresionantes y poco exploradas para muchos.
Es interesante como en nuestros días, los corazones alrededor del mundo están reclamando atención. Las afecciones cardíacas no son un acaso, son símbolos físicos cuyas raíces muchas veces ya se encuentran en niveles profundos del subconsciente. Hablan de pesares y dolores, no simplemente físicos, sino en gran parte emocionales. Quizá no lo parezca a simple vista. Es más fácil evadirse de uno mismo y colocar la responsabilidad a fuentes ajenas y externas, a cuestiones hereditarias y culinarias, o bien, al tan frecuente stress.
Es entonces el stress, el que se muestra como gran amenaza a la salud del corazón, pues el corazón es sensible. El tiempo agitado y el exceso de presión no le permiten los instantes necesarios para apreciar la realidad con sus propios ojos: los de la sensibilidad.
Para muchos, el corazón se ha convertido sólo en una máquina irrigadora del fluido vital al resto del cuerpo y, en especial, al cerebro. Es éste el que debe dar las órdenes y dictar las reglas. No hay que detenerse para nada para cumplir con los plazos, los deberes creados y las necesidades impuestas. En circunstancias tales, puede llegar a ser molesto escuchar los susurros del corazón. Varias veces esos sentimientos llegan a ser inapropiados y fuera de lugar, que la mejor manera de aminorarlos es concentrándose en las voces que salen de la mente. Por veces, esa mente habla mal del corazón. Interpondrá una serie de recuerdos muy bien conjuncionados de su falta de razón y de sus permanentes "errores". Normalmente, es este tipo de ambigüedad comunicacional dentro de uno mismo, el que puede condicionar la semilla de la duda y la desconfianza en los propios actos.
Bien aplicados, mente y corazón son estrategas increíbles, ambos trabajando como una unidad, a la medida de sus verdaderas funciones. Para eso, es necesario escuchar con mucha atención lo que cada uno tiene que decir. No dejar pasar nada por alto. La mente funciona como un codificador y decodificador de informaciones que van de lo más simple a lo más complejo. El corazón es un catalizador de ideales, deseos, intenciónes y de la voluntad, y es sobre todo el filtro que permite la selección vibratoria con aquel tipo de información mental que esté en sintonía con su nivel de sensibilidad. Aquí, el corazón juega un papel trascendental, puesto que es éste el que distribuye el impacto y el valor de la información mental a todo el cuerpo, amplificándolo a su vez con el atributo emocional que lo caracteriza. Es este contexto sentimental y emocional que le da la consistencia adecuada a la información, y mientras mayor profundidad y claridad la información contenga, con mayor veracidad ésta resonara en los estratos de la conciencia y en otros corazones. Así, se da el más alto grado de comunicación, muchas veces sin la intervención de palabras.
A medida que mentes y corazones vayan aprendiendo a restituir su verdadero vínculo comunicacional, las personas irán cada vez más redescubriendo un estado de equilibrio, en donde la confianza entre las partes es mutua, haciéndose ambos órganos capaces de prodigios. Este matiz abre las puertas hacia la sintonía de una nueva conciencia, una que amplía las potencialidades humanas a niveles impresionantes y poco exploradas para muchos.
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