Un gran aspecto que nos distingue a los seres humanos del resto de los seres biológicos, es el desarrollo del lenguaje oral y escrito. Esto, de ninguna manera, significa que los demás seres vivos no se comuniquen. En síntesis, lo hacen, pero obviando el uso de las palabras como tal.
La palabra es un recurso sorprendente de comunicación, pero por si misma, es limitada, limitada si simplemente valorada por sus atributos racionales y de estética. Es justo el abuso de estos dos factores de los que se valen las grandes campañas publicitarias y políticas para impregnar al espectador de una imagen alusiva e ilusiva, a manera de una inducción hipnótica de las masas.
La palabra emitida es sólo el producto de la liberación de una energía mental, muchas veces, y cardíaca en otras, o entonces el equilibrio y combinación de ambas, la que llega a condensarse de manera verbal o escrita valorando no solamente el significado individual de cada una, sino el contexto que llega a conformar dentro de un conjunto de ellas. Aquí, hay mucho más en juego que una simple combinación de letras que pueden expresar un mero pensamiento o sentimiento.
El más profundo sentido de la palabra está en su emisor, pues la palabra oral y escrita son sobretodo vibración y su fuerza depende únicamente de aquel que las emite. Así, un discurso tendrá significados completamente diferentes si pronunciados por dos personas, sea quien sea. Uno de los discursos puede ser muy positivo y calar hondo, el otro, totalmente idéntico en palabras, puede causar mala impresión. La consistencia y verdadera expresión de las frases depende exclusivamente de aquella entidad que impregna su propia energía y densidad en ellas. Es esa misma energía la que recibimos al escucharlas y leerlas.
Hay un factor sonoro que es indudablemente esencial en la emisión de un conjunto de palabras. Muchas veces, éstas son sólo el complemento de un talentoso mensajero de conocimiento e ideas. Aquí, la sonoridad vibratoria de las palabras es un elemento sin parangón. Son estos inapreciables y sutiles decibeles los que posibilitan destrabar las férreas auto-defensas mentales de una persona para colocarla ante una verdad imperceptible, de otra manera. No es por nada, que en las sociedades antiguas las historias eran pasadas de una generación a otra a través de la palabra oral. Grandes sabios y oradores como Sócrates o Jesús reunían grandes multitudes y nunca dejaron sus enseñanzas de forma escrita.
La capacidad de percibir la verdad a través de las vibraciones sonoras es propia de todo ser vivo. Tanto el reino vegetal como animal son afectados por esta cuestión. En el reino animal, es donde esto toma tonos mucho más altos, pues animales de todas las especies usan las frecuencias de sonido para comunicar sus necesidades a los individuos de su misma especie, así como para distinguir los peligros que les acechan. Las serpientes perciben los movimientos de sus presas con tan solo el movimiento oscilatorio de sus lenguas, las que captan las ondas vibratorias que repercuten en su medioambiente. Las ballenas escuchan el llamado de su pareja para aparearse a miles de kilometros en los océanos. Las aves migran de un continente al otro guiándose por pequeños impulsos electromagnéticos generados por la Tierra, dependiendo la estación del año. Los perros huelen el peligro, percibiendo los feromonios que suelta una persona.
Las palabras, pues, en las sociedades que hemos construido, son ciertamente importantes. Sin embargo, como mamíferos únicos que hacemos parte del reino terrestre, tenemos la capacidad de sondar ese instinto intuitivo que nos habilita a comunicarnos sin restricciones con nuestros semejantes, a la vez que con nuestro medio ambiente y de modo impensable. Evitar hacerlo, es esconderse de la verdad, es aceptar el embuste o ser partícipe de ello cuando sucede.
Como seres humanos, el uso de la palabra es de máxima responsabilidad y, sobretodo, un ejercicio permanente de equilibrio. Sólo así, llegaremos a ser plenos regentes de este planeta y usufructuar por completo el regalo de la vida en abundancia.
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